lunes, 28 de septiembre de 2009

Como acaba aquello...

Esa tarde estaba simplemente cansado. Había bebido hasta la madrugada el día anterior y las náuseas no me habían abandonado del todo. La cabeza me daba vueltas y las risas estridentes que oía mientras caminaba junto a ellos solo me hacían cerrar los ojos e imaginarlos degollados y muertos al lado de la acera. A ver si así se callan, pensé, soltando la carcajada. No sabia a donde íbamos, pero la promesa de cerveza gratis fue demasiado tentadora, demasiado incluso para aceptar ir con esos idiotas. Fabio era la cabeza del grupo y era, sin omitir ningún juicio, un pendejo. Así, sin mas apelativos ni justificaciones. Era músico, o al menos eso había entendido, y estaba de gira con su grupo. No quise ni imaginar la clase de conciertos que ofrecían. A su lado caminaba una chica pequeña y delgada que pasaría por una niña si no fuera por sus enormes senos. Los pezones eran bien visibles debajo de la blusa de color verde y sin poder evitarlo me empecé a poner caliente.

Llegamos a un bar insignificante. La barra estaba vacía, pero fuimos a una mesa en el extremo del lugar. Apestaba a miados. Todos pidieron cerveza y empezaron a discutir acerca de quien era el escritor mas grande que habían leído. Me levante y fui a orinar. Cuando regresé, Lucía, la chica de los pezones, estaba hablando sobre la doctrina budista y los malentendidos que mucho se habían dispersado. La verdad es que a nadie le importa una mierda, pensé mientras le daba el primer sorbo a la botella. Puaj! Escupí lo que había en mi boca y sin decir nada a nadie, fui hacia la barra y pedí un vodka con soda. Mientras esperaba, sentí los ojos de aquellos clavados en mi espalda y escuché algunos murmullos de extrañeza. Volví con mi vaso y seguí escuchando su charla por casi media hora.

De pronto, uno de los sujetos del grupo se dirigió hacia mi y me pregunto mi opinión acerca de los problemas de Honduras. Sin levantar la mirada de mi quinto vaso, le conteste que no pensaba. ¿Cómo?, me respondió con una cara de asombro, supongo. Me importa un carajo, le dije al fin, dando el ultimo sorbo a mi bebida. Creo que ya hacia falta una buena guerra por esa zona. Se calló y siguió discutiendo con los demás sin volver a molestarme. Para entonces ya estaba un poco ebrio y aunque trataba, no podía dejar de verle los pechos a Lucía, que con el calor del lugar se hacían aun mas visibles y se balanceaban cuando se reía. Ella se dio cuenta al cabo de un rato y me miro a los ojos con dureza. Sus labios se torcieron en una mueca y aunque estaba sudando se puso un suéter de tortuga. Aun así eran bien visibles y seguí clavando mis ojos en aquellas grandes bolas. Paso una hora, y harto de escuchar discusiones y chistes estúpidos me levante y salí a la calle con ánimos de seguir bebiendo en otro lugar. No me tomó mucho tiempo darme cuenta que nunca había estado en esa zona cuando las vecindades empezaron a sucederse y las putas empezaron a aparecer a montones. La mayoría eran gordas y viejas, con el cabello rubio y los labios pintados de un color carmesí oscuro y barato. Seguí caminando otra cuadra y encontré a una mujer increíble, allí, de pie con unos pantalones demasiado ajustados y una camiseta diminuta. No traía sostén. Me le acerque mientras trataba de calcular cuanto efectivo tenia a la mano y al detenerme junto a ella le toque el muslo izquierdo. Trate de besarla pero me detuvo con delicadeza y me dirigió al hotel que estaba cerca. No seria una día tan malo, después todo.

M.H.