domingo, 4 de marzo de 2012

Las luces en el monte.

Me desperté de un golpe súbito aquella noche, llovía como era costumbre en aquellas fechas del año, en este aparentemente tranquilo pueblo de montaña, donde mis ancestros eligieron como su hogar y donde yo, estoy inevitablemente encadenado, un sudor frio recorría mi cuerpo, y me sentía afiebrado. Me levante de la cama para procurarme un jarro de agua fría que siempre solía llevar a mi buró para cuando lo sintiera necesario, la noche era tremendamente silenciosa, hasta los grillos que comúnmente cantan todo el tiempo guardaban un extraño luto musical, mi madre, aquella mujer de blancos rizos y de una superstición casi pagana, me había dicho que, es cuando se calla la noche que los espíritus rondan las casas de los vivos para ver a quien se llevan. Supersticiones sin duda-pensé. Después de todo mi carrera médica me había llevado a pensar que todo aquello que no se sustentara en las leyes vivientes y pulsátiles era una total falacia producto de mentes ignorantes y de prejuicios irrevocables. Fue así que me acerque a la ventana, la casa en otros tiempos que fuere de mi padre, esa casa tan grande y vieja repleta de recuerdos y pinturas de artistas no reconocidos, de vigas, cal y mortero, se alza hasta hoy en día y para las próximas generaciones en el ultimo lote dado por el gobierno en aquellos días del mil ochocientos y pico, con una bonita vista a los volcanes. Incluidos en la escena estaban los oscuros montes que bordean la melancólica escena del amor perdido y la guardia eterna. El patio, extenso aun a pesar de tantas reformas y prediales, se extendía a lo largo de unos 90 metros hasta la verja de madera vieja y despintada de blanco. - Tantas cosas pasan, pero los recuerdos persisten- me dije a mi mismo, casi en un murmullo. Mis perros comenzaron ladrar, es decir, no son un montón de salvajetes que ladran por cualquier lechero, hacía falta más para atemorizar a tan fieles mastines y al viejo “ruso” un husky siberiano seguramente mitad dinosaurio, ladraban a la negrura, lejos, hacia el monte, hacia las barrancas y cañadas, a los ríos silenciosos y sus cavernas de amplias cúpulas en las que reverberarían las vibraciones en tonos incomprensibles para nosotros los mortales, despertando conciencias de los bosques que en otrora al hombre hicieran compañía, ahora demasiado viejas, a lo tanto incomprensibles. El viejo “ruso” ladraba a pesar de sus años, con fiereza, yo no alcanzaba a ver mucho más allá de la verja que ya de por si era baste difícil de distinguir en la noche, en aquella noche de llovizna fina, era prácticamente invisible a mis ya débiles ojos. Decidí bajar a la puerta del patio quizá desde ahí tuviera una mejor perspectiva de lo que pasaba, quizá algún ladronzuelo aprovechado del manto de tezcatlipoca decidiera robar alguno de mis caballos, o simplemente un vagabundo buscando un refugio y paja caliente para pasar la gélida nocturna. Tome mi escopeta, mi machete y baje las escaleras rodeado de una sinfonía de rechinidos, ya abajo me dirigí a la puerta de la cocina que daba justo al patio donde tenía mis perros y el paso al establo, abrí la puerta decidido, me quede un rato así, frente a la oscuridad envoltoria y mortuoria como dentro de un ataúd. El retumbo lejano de un rayo me despertó de mis cavilaciones, solo escuchaba el fino golpear de la lluvia contra la tierra con ternura, tanto que me parecía escuchar la tierra gritar a través de todas esas voces con un jubilo esplendido, como un esclavo en pascua liberado, a esto me di cuenta pues los ladridos habían cesado y los perros se me habían agolpado en los pies como asustados, podía ver cómo me miraban buscando consuelo y de repente en un instante echándole una mirada recelosa a las sombras de los montes como si no se fiaran ya de sí mismos. Bueno, no pasa nada si duermen un día adentro, además está lloviendo. Me quite del medio para dejarlos pasar y estos entraron en carrera a sentarse cerca de la rara chimenea que mi padre había hecho instalar en su sala de trofeos, las cenizas seguían calientes, me quede mirando las brazas un momento, parado desde la puerta abierta del patio, aquellas brazas moribundas que sin querer hablaban de un estado mejor y me reconfortaban el ánimo.
Me disponía a cerrar la puerta y atrancarla con la aldaba, pero lo que en un principio yo creí que era la luz de las brazas fijada aun en mis ojos, revoloteaba allá lejos en los cerros y sus abruptos, salvajes paisajes, parpadee como para aclararme los ojos, pero las luces no se iban, sí no, que se quedaron ahí en la punta del monte con un ligero temblor como el de un ojo que bulle de coraje, no pude, no quería cerrar la puerta, yo las miraba fijo. Los fuegos fatuos de los que me había explicado mi padre eran gases que se elevaban e incendiaban en las zonas donde se empantanaba el agua y la lluvia no hacía más que reforzar mi hipótesis, sin embargo mi madre, mi madre hablaba de duendes y otras perversiones del diablo que habitaban en los montes por las noches para engañar a los viajeros o a los arrieros que regresaban de muy lejos con su rebaño y los fuegos fatuos no eran la excepción. El frio me caló los huesos y me disponía nuevamente a cerrar la puerta cuando lo vi moverse al cerro vecino, como si saltara, en seguida le siguió otra que chocó contra el primero estallando en decenas de pequeños fuegos que bailaban en la cima penumbrosa como en un terrible aquelarre, los fuegos saltaban de punta en punta en todos los cerros alrededor del volcán, danzaban y daban de vueltas en las negras cumbres boscosas de vez en cuando sazonada por los truenos lejanos. Mi mente se negaba a creer lo que veía, sin embargo así lo estaba viendo y mi escéptico cerebro se negaba a toda costa rayando en los límites de la cordura, en la razón que un hombre tan ínfimo como yo puede albergar en el pequeño cosmos de su mente. Las luces se quedaron así, danzando, yo fascinado no podía quitarles la vista y seguía sus movimientos con la cabeza, fue en estos mantras cuando comencé a escucharlas, primero como un susurro apenas audible en el fondo de mi cabeza y después como un cantico dantesco que se reproducía en mi boca sin control alguno, los perros se levantaron y gruñeron a mis espaldas, pero yo seguía cantando, puedo recordarlo, pero no podía controlarlo, mi lengua se movía frenética diciendo terribles arcanos y prohibidos salmos que culminaron con el aullido estremecedor de mis perros. Después de eso no recuerdo nada hasta el día siguiente en el que me desperté en el medio de las sombras del bosque, al abrigo de un sauce a las orillas del riachuelo que baja de la volcana, me encontraba empapado en sangre, como borracho, lleno de raspones y de hendiduras en la piel, me dolían las muelas y sentía como descoyuntada la mandíbula. Regrese a mi casa, en todo el camino de vuelta no pude encontrar en mi mente un resquicio de lo sucedido aquella noche después de haber escuchado los cantos, cuando llegue al rancho pude ver el enorme charco de sangre en el patio y la ausencia de mis perros se hacía evidente, jamás volví a verlos, aun hoy después de tanto tiempo y de tantas cosas atroces me pregunto que habrá pasado con ellos, o lo que quedo de ellos.
Para mi desgracia estos eventos se repitieron durante tres meses, siempre en luna nueva y comenzando con el temible susurro de lo hondo de mi mente para terminar en algún claro del bosque con el dolor de muelas y manchado en sangre, los vecinos comenzaron a hablar sobre un coyote que les mataba sus animales y no hizo falta el que habló sobre un nahual que le robaba la sangre a su hija recién nacida y a la que su madre colocaba toda clase de enceres como tijeras de plata y ojos de venado, aun así, en mi mente que luchaba por la racionalidad siempre se encendía una fugaz luz con terribles pensamientos sobre una probabilidad en la que yo realizaba tan malignos actos bajo el amparo de la noche sin luna. Hable con muchas personas y cada vez que encontraba a alguien que me embebía mas en el caló del ocultismo, me convencía a mi mismo que quizá yo era la victima de un terrible encantamiento y estaba siendo forzado a realizar actos contra mi voluntad. Un hombre de nombre náhuatl que por alguna razón no puedo recordar me conto una vieja historia en la cual los espíritus se adueñaban de la voluntad de un hombre y lo hacían cometer hurtos y asesinatos para sus ocultos designios ya hacía años interrumpidos por los aceros Españoles. Me dijo que la noche en que las luces regresaran cargara un cuchillo de plata y lo lanzara al suelo para espantarlos del lugar, inmediatamente después debería dibujar un gran círculo con el mismo acero para mantenerme fuera del alcance de sus terribles voces.
Y, así lo hice la siguiente noche de luna nueva. Esa noche de octubre llovía, lo cual era de por si cosa extraña para la época y espere rodeado de la negrura inexplicable percibiendo los sonidos de la noche insondable, hacia media noche podía escuchar los susurros que nuevamente venían a mi del silencio al escandaloso griterío que soltaba mi lengua, no pude contenerme y lance el cuchillo demasiado tarde, la hoja se enterró firme en la tierra húmeda y un desgarrador grito corrió por los valles retumbando en las rocas y los arboles, las luces en el monte se dispersaron en un caos indescriptible, lo había logrado, casi, pero mi duda me había traído una maldición peor, me di cuenta entonces que aquellos seres me cambiaban, y ya sin su magia que influenciara sobre mi materia esta se había quedado inconclusa, como un muñeco mal moldeado con las patas a medias pesuñas como las de un perro y un becerro, la cara, ¡oh! mi pobre rostro tan desfigurado ahora por las maldiciones de otros tiempos, la animalidad que ahora había en él y las terribles muelas sobresaliendo en la mejilla. Me oculte en la casa de mi padre por los meses hasta poder hacer contacto con alguien que fuese de mi entera confianza. Aun puedo pronunciar un juramento ahora que hay hombres que me sirven y la esperanza no parece haberse desaparecido del todo, no descansaré hasta recuperar mi cuerpo, mi preciada forma y mi vida, no descansaré hasta develar esos arcanos terribles que se rigen bajo extrañas y retorcidas ordenanzas que no hacen caso de las pobres y simplonas leyes que los hombres creemos dominar. El cosmos y sus dominios, esos secretos que se encuentran incognitos para los mortales, eso son, los secretos de las luces en el monte.

Manuel Almava

martes, 21 de septiembre de 2010

Alan wake

Para aquellos que no estan familiarizados con esta historia y personajes, aqui les dejo una serie de videos mas que suculentos todo desde la pagina de Microsoft...

http://www.brightfalls.com/Default.aspx?locale=es-MX

disfrutenlo...

lunes, 24 de mayo de 2010

La estatuilla

Fue entonces cuando la vi, aquella figurilla de barro negro en medio de la exposición de arte indígena en el patio principal del edificio de Etnohistoria en la facultad. El moldeado era algo burdo pero los detalles principales eran tan horribles como aquellos que mi hermano me había descrito hacia tantos años; incluso la mirada lúcida y protuberante llena de odio inteligente y racional era palpable. Recordé la primera vez que Luciano me contó sobre ello, los macabros aunque vagos detalles y lo grotesco de la descripción de las víctimas. Incluso escribió un cuento o dos sobre esa criatura que a la larga nos marcaría a los dos. La primera referencia es de sobra conocida y cualquiera que lo deseé puede ir a verla con más detalle del que soy capaz de describir. Si la memoria no me falla esta en el segundo libro, foja 731 de la compilación del códice Fontana de Velázquez. Es lo más cercano a un bestiario que nos ha llegado del mundo prehispánico y esa única copia, la última vez que la vi, estaba en una de las innumerables cajas sin clasificar del Archivo General de la Nación. Si no han hecho inventario y reacomodado las estanterías la temible representación estará todavía allí.
Bien, mas allá de eso no hay mucha mas información sobre que o a quién representa y los vagos intentos de grandes figuras como Bonfil Batalla o León-Portilla por averiguarlo o bien han terminado en rotundos fracasos o en salidas fáciles como la de éste último al declarar a la cosa como una extraña mutación de un dios murciélago sureño. Ya sabemos que no lo es, o al menos mi hermano lo sabía.

El primer cuento que él escribió aunque da un primer acercamiento, es vago y se dispersa tras un velo de estilo mal ejecutado, pero si quieren formar su propia opinión son libres de leerlo; a fin de cuentas fue un gran éxito editorial y su compilación ganó algún reconocimiento. Ahora, antes de que lo escribiera, yo no sabía nada de esta aparición sobre-real, aunque entonces era un ávido lector de oscuros desvaríos y pesadillas diurnas, si bien estaba mas interesado en el folklor germánico y celta; además, me pesa admitirlo sentía cierto desdén hacia las tradiciones mas locales. Mi hermano, por el contrario, era un nacionalista un tanto anárquico si se quiere, pero a fin de cuentas amaba hurgar en los recónditos y olvidados pasados de nuestra historia; era un ferviente, yo diría obsesivo, lector de relatos magullados por el tiempo y cuya transmisión de boca en boca dejaba poco espacio para la conservación. Sabía incluso más que la gran mayoría de estudiantes de posgrado de antropología u lingüística antigua y si no hubiera sido por su tez blanca y su barba rala, podría haber pasado por uno de los sacerdotes extáticos que poblaban las reconstrucciones televisivas a las que era tan aficionado. Sabía poesía en idiomas viejos y guturales, recitaba épicas como los mismos reyes texcocanos e incluso algunos de los “profesionales” en el tema le pedían consejo, aunque después no quisieran admitirlo. Era toda una eminencia y aunque amaba las letras de nuestros ancestros había decidido estudiar alguna tontería de medicina apócrifa. Su padre estuvo muy contento, claro, ya que le podría heredar el viejo consultorio e incluso algunos de sus más nuevos pacientes. Yo, sin embargo me extrañé que se desviara tanto de una pasión que había mostrado desde pequeño, al menos desde que lo conocía.
Como supondrán a estas alturas, Luciano no era mi hermano de sangre, era más bien lo que la filósofa Caroline Walker definía como “hermano natural”; en pocas palabras era él quien debió de ser mi hermano, mas cuando nos conocimos de muy jóvenes supimos que así nos consideraríamos.
En fin, incluso él, un sabio de su categoría ignoraba tanto como los demás sobre la extraña criatura del códice hasta que un día, una de sus amigas de la facultad le contó una historia sobre un raro animal que había atacado y despedazado a su viejo perro. Tal anécdota debió impresionarlo, ya que después de ello se puso a escribir el cuento que ya he mencionado.
Siguiendo su naturaleza obsesiva, encontró en aquel suceso una excusa o una oportunidad, no lo sé, para dejar salir su verdadera naturaleza inquisitiva. Revisó su gran biblioteca en busca de algo que le indicará el camino, alguna pista para saber si era buena idea siquiera empezar a recorrerlo; encontró vagas referencias y dudosas interpretaciones en la más oscura e ignorada poesía de los tiempos anteriores al terrible sometimiento extranjero, enunciados crípticos que bien podían hacer eco a una rata gigante o aun coyote feroz, nada que valiera la pena. Entonces, en un giro que reveló al viejo Luciano debajo de aquella bata blanca, tomó su dinero ahorrado para los instrumentos de su último semestre y solo con una burda maleta se marchó hacia el sudeste del país sin decirle a nadie excepto a mí.
No podría asegurarlo, pero creí entrever en sus ojos, aquel día, el primer atisbo de lo que vendría después.
Para ese entonces había escrito un montón de cuentos y antes de partir me pidió que tratará de hacer que se los publicaran. Bien, como ya dije, aparecieron al verano siguiente con el nombre de “El piso de cristal” y fueron un gran éxito. Antes de eso, varias semanas de hecho, había ido a visitar el códice en el AGN y fue allí donde encontró su primera pista sobre donde empezar a buscar a la misteriosa y elusiva bestia. El cómo se enteró de la existencia de aquella representación, me temo que yo fui el culpable de proporcionarle todos los datos, aunque si sirve de justificación diré que en ese momento creía estar haciéndole un favor, viéndolo tan entusiasmado como cuando hacía sus primeras incursiones con las mujeres.

Solo después de que tomó el primero de muchos autobuses y se perdió en el sofocante sol que inundaba la carretera, caí en la cuenta de que no tenía ni idea de cómo comunicarme con él; sabía que estaría en primer lugar en la zona de Ya’axkan, que era el lugar más mencionado en el códice, pero después de aquel lugar no me había comentado ninguno de sus siguientes pasos (seguramente porque no los sabía ni él mismo).

Aquellos fueron días difíciles para mí, que sin la compañía de mi viejo acompañante y consejero me sentía perdido y desvalido; teníamos amigos comunes pero no me sorprendió que al enterarse de su partida inventaran excusas bobas para evitar hacerme compañía. Bueno, de todas maneras las aventuras que tuve en esos meses no fueron gran cosa y si acaso he de resaltar algo es la prolijidad de mujeres que dejé escapar por varios razones que no he vienen al caso.
Tras seis meses empezaba a adaptarme e incluso conocí a un par de buenos tipos y a una bella dama que por instantes hacía que olvidara mi semblante triste y acartonado, podía decir que en general todo iba marchando si bien no de maravilla al menos no me sentía tan inconsolable como antes y mi propia carrera iba progresando con la venta de algunos cuentos a una pequeña editorial y la librería, ese sueño que había estado proyectando se tornaba en realidad. Mi hermana, ésta si de sangre, había tenido a su primer hijo y si bien esto último no viene mucho al caso, es una muestra del ambiente que me rodeaba por aquellos días de transición.

Fue entonces cuando llegó la primera carta desde el sur.

No era muy larga y a grandes rasgos solo decía que las indagaciones entre los locales eran recibidas con frío recelo e incluso creía entrever un dejo de miedo en sus rostros dorados por el sol; también decía que se internaría aún más hacia el sur y que si todo salía bien regresaría a pasar la Navidad. Por último me pidió que no le escribiera, él lo haría después, recalcaba.

Después de eso, al menos fue la certeza de que todo iba bien lo que me permitió seguir con mi aún nueva felicidad. Las cosas siguieron su curso normal hasta que, un año después de la carta, en un tiempo en que yo mismo estaba por tener un hijo, Luciano me llamó y entre cacofonías y desvaríos logré entender que “lo había conseguido”.
“Que has conseguido”-le pregunté.
“Tengo uno”-fue su única respuesta antes de colgar.
Al día siguiente me llegó otra carta más extensa aunque en su mayoría incomprensible, en la que me hablaba de un paquete que en el transcurso de unas tres semanas debería estar llegando a mi dirección; también aquí hablaba sobre “tener algo”, sobre una feroz lucha y varias pérdidas humanas. No sabía que pensar de todo aquello, o, si lo sabía (y en el fondo creo que si) no quería que subiera a la superficie de mi conciencia. Nunca tan poco tiempo se me había hecho tan largo, los días se arrastraban como las cansadas piernas de los ancianos y la sensación que emanaba de mi era tan irritable para con Clara, mi esposa, que decidí marcharme a la vieja casa de mi madre durante el tiempo que restaba.
Se que no es momento para mencionar el doloroso recuerdo que la vista del segundo piso inconcluso y los viejos muebles despertaron en mi ya sensible ánimo, incluso creo recordar que lloré como un niño, tendido en medio de la sala mientras contemplaba los estantes que hacía años habían estado rebosantes de libros y películas; la vieja mecedora seguía allí, igual de rota y peligrosa, justo como aquel día en que por un descuido terminé patas arriba.
La mayoría de esos dieciséis días me la pasé limpiando y tratando de darle un aspecto habitable a la pequeña casa de mi infancia, me entretuve a tal grado que cuando Clara me llamó por teléfono y mencionó la llegada del paquete, por un instante no supe de que hablaba.
“Si, es un paquete muy grande que apesta. Lo manda un tal Luciano.” – me dijo con su voz cristalina y un tanto irritada.
No se que presentimiento tuve al escuchar el timbre de mi mujer pero antes de que supiera que hacía, salí disparado hacia donde ella no sin antes decirle que no abriera aquella cosa. Al llegar me sorprendió su tamaño, era por lo menos un metro mas alta que yo y tan larga como un auto pequeño; pero aunque ya estaba advertido por mi mujer del olor, éste iba mucho mas allá de todo lo que mi imaginación olfativa pudiese crear. Parado enfrente de la gran caja, recordé un relato que había leído varios años atrás: una tripulación quedaba atrapada en una isla en donde siglos atrás un barco había naufragado. El protagonista, un intelectual algo cursi repetía varias veces en su diario la sensación de estar atrapado, envuelto en un olor extraño y acre, repulsivo y –en sus palabras- tangible. Lo llamaba “olor de Aranda” en honor del capitán del primer naufragio. Con esas mismas palabras podría describir el hedor de lo que fuese que estuviera dentro de la enorme caja, porque para entonces estaba seguro que había algo dentro.
Estuve observando un rato lo que no podía dejar de considerar como un enorme ataúd, siguiendo sus contornos con lentitud mas con la precaución de no tocarlo, después de todo si algo me ponía enfermo con solo olerlo, no quería ni imaginarme que podría hacerme su contacto. Fue en la segunda vuelta que me di cuenta de que algo estaba pegado en el costado derecho, era un sobre adherido con tanta cinta adhesiva que a la luz del atardecer parecía el capullo gigante de algún insecto descomunal; no fue una visión agradable, ya que me resistía a retirarlo. De no ser por los vecinos molestos por el olor, me habría quedado allí, observando aquella monstruosidad viscosa con la esperanza de ver emerger alguna larva grotesca.

Dentro del sobre había, por supuesto, una carta de mi hermano, aunque mucho mas larga y confusa que las dos anteriores. Conforme la iba leyendo mis ojos se abrían más y más y debí mostrar un semblante tan desencajado que cuando terminé, varios de los vecinos me sujetaban y trataban de calmarme. No podía creer lo que estaba plasmado en aquellas hojas amarillentas y sucias y, para asegurarme, con una fuerza solo otorgada por la psicosis me liberé de aquella sujeción y levanté la última hoja de las hojas que regadas en el piso, se dispersaban con la leve brisa de finales del verano. Solo leí los últimos párrafos y, de nuevo, las últimas líneas:






“…no me siento culpable a pesar de tantas muertes que ha ocasionado
mi falta de control hacia una obsesión que no me ha dejado mas que
una salida para terminar con esta cosa que juré encontrar y clasificar.
No es que me regocije con esta única opción pero el Ixhtán’Y solo pue-
de ser detenido si aquel que lo despertó decide, por voluntad propia,
ocupar el lugar de las víctimas que su ansia incontenible le
exige para seguir viviendo.
Pido perdón por haberte enviado algo tan grotesco y no te culpa-
ré si te deshaces de la última muestra de mi falta total de tacto.
Pero, si quieres conservar a tan espléndido ejemplar, tienes que
seguir con la mayor obediencia estas instrucciones…”


No pude seguir leyendo.
En medio del llanto, más de ira que de tristeza, corrí a la parte trasera de la casa y entré al pequeño cobertizo, que en un principio había sido concebido como hogar para un hipotético can, pero al ser Clara alérgica a ellos había decidido convertirlo en un micro-almacén, saqué los cubos de aluminio con thiner y alcohol industrial y regresé a donde estaba aquella atrocidad casi sin sentir el peso que, en otra circunstancia me habría arrancado los brazos. Sin pensarlo dos veces, rocié el combustible sobre el inmenso ataúd y le arroje el zippo que había recibido como irónico regalo.

Fue como la pira que Alejandro le dedicó a su favorito, o, al menos, eso hubiera dicho si el dolor no me hubiera estado consumiendo.





Malberth.

jueves, 13 de mayo de 2010

Las fauces de la oscuridad

LAS FAUCES DE LA OSCURIDAD

Esa había sido una tarde complicada de trabajo, Elena no se sentía del todo bien. Tenia la clara y absoluta idea de llegar a casa y tirarse al sillón a ver alguna tontería irreverente en la televisión hasta quedar dormida, el trafico era atroz y tenia ganas de algo frio, el calor también era algo que la mantenía en ese constante sentimiento de mal genio, ni siquiera el aire acondicionado del carro la mantenía a gusto, sobre todo desde que se descompusiera el verano pasado y no lo hubiese mandado a reparar. Odiaba el tráfico esa línea interminable de bestias metálicas chirriantes y lentas lanzando sus gritos y luces por todos lados como un ganado bastante estúpido. Podría haberse conseguido un departamento en el Distrito pero la pura verdad es que el D.F. solo se sumaba a la larga lista de cosas que odiaba y que se venia haciendo mas grande conforme pasaban los años. No podría dormir rodeada de todo ese maldito escándalo, el reloj de la radio indicaba 9:32pm, ya no lo soportaba mas. Por fin un poco de movimiento el trafico se amainaba después del puente de la concordia y por fin podía ir a velocidad regular, pronto podría estar en casa, Elena recordó de pronto que no había comprado la comida del perro.
Llego a casa rayando las once, ninguna tienda de forraje o parecida en el pueblo estaba abierta para comprar un kilo de croquetas para el pobre “rulo” que después de que Elena entrase a trabajar había pasado a la categoría de juguete olvidado y vivía en una pequeña casa de fibra de vidrio en el pasillo de la marquesina, del primer piso que daba al patio cuadrado y enlozetado con azulejos amarillos bastante feos que había escogido su difunto padre mas por economía que por estética, estaciono el carro en el pequeño espacio para el que se había construido, coloco una enorme cadena al volante y descendió , quizá la tienda del “Farolito” siguiera abierta, cerraba bastante tarde desde que habían abierto el Oxxo en la esquina de la carretera a Cuautla, además estaba cerca a un par de cuadras apenas. Tomo su abrigo y se lo coloco hundiéndose de manera acogedora, la noche comenzaba a ser fría, como suele pasar después de los tremendos días de calor y no había ni una sola persona en la calle de su casa, después de todo solo tenia un par de vecinos y solían acostarse temprano, era lógico unos eran un par de viejos y los otros practicaban una extraña religión que les hacia mantener las luces apagadas después de las ocho de la noche y siempre reinaba un tremendo silencio atrás de sus altas bardas, había visto aquellas personas una vez, eran pálidos y flacuchos, con aires de gente sabia, casi como sacerdotes. No había luna y estaba un tanto oscuro el poste de luz parpadeaba y se encendía en periodos irregulares solo para volverse a apagar, -Justo como mi corazón- pensó Elena y siguió caminando. Un par de minutos mas tarde se encontraba en el “Farolito” que efectivamente se encontraba abierto hasta muy tarde y compro las croquetas, además de otros enseres que se hacen llamar comida.
Llegando a casa apenas entrando lanzo los tacones al diablo y se quito el abrigo, se dirigió a la cocina y metió unas palomitas en el micro-ondas, miraba como daban de vueltas y escuchaba el "Plop" que suelen hacer hasta que un tremendo ruido la hizo salir de su personal nirvana. ¿Qué había sido eso?- se pregunto. Quizá el perro que se estaba muriendo de hambre y había comenzado a inquietarse y a golpear por todo el lugar como era su costumbre, el “rulo” no era un perro pequeño y siendo un dogo fácilmente podía tumbar todo lo que se encontrara a su paso como la escaladora que se encontraba en el pasillo y que había pasado a mejor vida mas por oxido que por servicio, le llevaría su plato ahora mismo antes de que hiciera un mayor desastre, coloco las croquetas en el enorme plato con las letras “R U L O” impresas en el y subió las escaleras para dirigirse a la marquesina, nuevamente escucho otro ruido esta vez mayor y pudo escuchar un leve chillido.--¡ Este cabron ya se lastimo de seguro y ya ha de haber hecho un desmadre!. ¡Rulo estate en paz!--grito, y el chillido ceso. Se apresuro a subir las escaleras y abrió la puerta de la marquesina de un golpe, ¡pinche perro que estas...!, pero la frase se quedo en suspenso, lo que vio la dejo fría y sintió como la sangre subió rápidamente a su cabeza con el rápido salto que dio su corazón, todo el pasillo estaba lleno de sangre, la podía ver claramente sobre el piso de rugoso concreto y al final del pasillo al lado contrario de su casa estaba el perro echado y gimiendo levemente, como agitado, Elena se acerco corriendo y se agacho para verlo mejor, tenia las patas traseras en un Angulo que no era normal y podía ver la columna que sobresalía un poco ahí donde se había roto. -¿pero como diablos te hiciste esto rulo?- le grito al perro, quien contesto con otro leve gemido, intento tomar al perro por las patas delanteras y halarlo pero gimió y se removió de dolor, tendría que dejarlo ahí, el perro comenzó a gruñir, primero de una manera casi imperceptible y luego en aumento hasta volverse perfectamente audible, Elena creyó que era por haberlo movido, pero pronto se dio cuenta que no le gruñía a ella y que el perro lanzaba una mirada de rencor y quizá de miedo hacia donde estaba su refugio de fibra de vidrio, “Rulo” paso de los gruñidos a los ladridos en un instante unos ladridos feroces y graves, como solo se lo permite su genética, Elena miro la casita por un instante y sintió escalofríos, estaba segura de que algo la miraba desde dentro, algo agazapado en la oscuridad, tuvo el mismo sentimiento que los antílopes cuando miran desde la llanura a los altos pastos enseguida que perciben el aroma del león. Elena avanzó con paso lento y un tanto inseguro hacia la puerta de la marquesina, de pronto tuvo la necesidad de alejarse de ahí, Rulo seguía ladrando con fuerza y la ponía nerviosa, no podía ver bien el maldito poste estaba en su etapa de apagado y no dejaba ver claramente el piso que sentía pegajoso por la sangre a través de sus medias, avanzo otro poco, la puerta ya estaba muy cerca a un par de pasos, El foco de la calle se encendió y pudo ver o al menos vislumbrar un poco de lo que estaba agazapado en la casita, no pudo comprenderlo, tenia un hocico largo y mucho pelo en el cuerpo, pero con la cabeza calva, eso fue todo lo que pudo ver antes de cerrar la puerta con tanta fuerza que casi rompe las bisagras, un segundo después pudo escuchar un grito—como una sirena de bomberos tísica- pensó. Era horrible, Rulo dejo de ladrar en seco, un chillido después nada. Quiso gritar pero no pudo, tenia la garganta hecha nudos y sentía un dolor palpitante en la cabeza, podía escuchar ruidos, como de telas desgarrándose y tronar de huesos, una especie de revoloteo y chapoteo, se levanto de un modo casi histérico y corrió a su cuarto y se encerró con llave o todo lo que una trabe se pueda llamar llave, descolgó el teléfono y marco el 060, después de un rato que se le hizo tan eterno como lo fue, contesto una voz femenina,-Servicio de emergencia-, ¡Necesito ayuda, no se que pasa, un animal ataco a mi perro! Necesito que venga es la calle arriba del centro…pudo escuchar la puerta de la marquesina al saltar de sus goznes luego un pesado cuerpo moverse escaleras abajo, remover de muebles pesados y nuevamente el grito de sirena tísica, otra sirena, esta vez de la policía, una camioneta se había estacionado a fuera, Elena se asomo por la ventana y pudo ver a un par de oficiales bajar de la patrulla con la sirena aun encendida, el que venia del lado del copiloto se adelanto y toco la puerta, nuevamente sonidos de muebles removiéndose, el oficial que era un tanto gordo intercambió unas palabras con su compañero que Elena no pudo escuchar. Los dos policías se pusieron al lado de la puerta, al principio como sin saber que hacer, luego el segundo oficial, que venia manejando, abrió de una patada la puerta de entrada y pasaron dentro de la casa, en ese instante los ruidos cesaron, pronto Elena pudo escuchar la vos de los oficiales llamando.-¿Hay alguien ahí? No savia si responder, era un nudo de nervios, abrió la boca para responder, pero el ruido de la sirena tísica ya estaba ahí de nuevo, pudo escuchar un balbuceo y un par de disparos luego gritos y cosas que se rompían, pudo seguir los movimientos hacia la sala de estar, de pronto silencio. El corazón se le detuvo casi por completo el silencio retumbaba en sus oídos con tremenda violencia, un nuevo disparo la hizo saltar de manera brusca y otra vez una voz gritando algo como: Cielo…Puta, ¿Qué...? Un nuevo corretear hacia la puerta de salida y mas disparos. Elena corrió a la ventana para mirar y pudo ver por primera vez la extensión de aquello que enfrento un instante en la oscuridad de la marquesina, tenia el doble del tamaño de su perro y se movía el doble de rápido, llevaba arrastrando algo, algo grande, un… ¡si un hombre! Y con tal facilidad, detrás de el salió corriendo otro oficial dando tiros como un loco, aquella cosa comenzó a subir la barda de los vecinos, la familia de extraños, era horrible. Un tiro alcanzo a la creatura al parecer, por que soltó su presa y se revolvió como queriendo volcar su furia contra el agresor, Elena creyó ver algo como un pico al extremo del hocico de esa abominación y la luz del poste se extinguió, pero solo un instante, la luz volvió a inundar el callejón y la creatura se había ido dejando a su presa en el piso, era el oficial gordo y no parecía moverse. El otro se acerco y lo intento mover, regreso a su patrulla y llamó por la radio. Pasaron 20 interminables minutos, en el que Elena miraba por la ventana, esperando que una sombra saltara en cuanto la luz del poste volviera a apagarse, pero no sucedió. Un minuto después llego una ambulancia y otras tres patrullas, entonces Elena grito desde la ventana y un par de oficiales subieron hasta donde estaba ella. La llevaron abajo a la calle, donde un paramédico se acerco a saber si necesitaba algo.
La declaración no arrojo nada en claro, era todo confuso y poco creíble, Rogelio Estrada, el oficial sobreviviente, declaraba que un animal del tamaño de un burro se les había encima mientras atendían una llamada de ayuda de la señorita Elena Lozano en su casa, el animal en cuestión, según la declaración los había sorprendido por la espalda y había doblado a su compañero hasta “tronarlo”, lo había perseguido por la sala y el comedor con su arma disparándole ocasionalmente. “Parecía que pensaba, se lo juro por dios” había dicho, puesto que el “animal” había tomado la iniciativa al verlo dudar un momento y salió huyendo con su presa. “lo perseguí hasta acá fuera y le di un tiro, creo que le di en la espalda, porque soltó a Ramón”, nunca se pudo determinar qué fue lo que irrumpió en la casa de la señorita Elena, el informe forense indica que el Señor Ramón Gonzales murió por ruptura de la columna vertebral así como diferentes perforaciones de los órganos a causa de costillas rotas, el caso se tomo como allanamiento de morada y se comenzó una investigación contra aquel que resultara responsable por la muerte de un oficial en servicio.
Elena regreso a la tarde del siguiente día a su casa, la puerta estaba doblada y sentía una extraña soledad y pánico para entrar, su auto estaba abollado. Regreso a la calle y noto que en la puerta de enfrente había un moño blanco, alguien había muerto. La puerta se abrió mientras miraba el inmaculado color del moño, salió una señora, pálida como una hoja y de aspecto extraño, se le quedo mirando, percibió de ella una tremenda tristeza, una acechadora oscuridad, casi como aquella noche al ver la oscura puerta de la casita de Rulo. Elena apenas y pudo balbucear algo. Esta Señora la miro y dijo- Mi hijo, me lo mataron. El corazón de Elena dio un poderoso vuelco de pánico, salió de la calle y entró a su carro, salió a prisa, tanto como para rayar la pintura contra la reja de salida y comenzó a conducir lejos de ahí, sin saber bien a donde, solo lejos, como si una negrura la persiguiera. La noche iba en aumento y conforme caía se sentía perseguida, a punto de ser devorada por las fauces de la oscuridad.

Para mí mas lucida, bella y macabra inspiración,
Harumi.

L.M.A.V.

jueves, 15 de abril de 2010

...Sin un titulo aun, pero es algo.

22/enero/1947

Cuando llegamos a la esa costa áspera, gris, desolada y enteramente amarga, seguramente por la sal del mar. Me pregunto como se abría sentido el capitán Aranda en 1830 cuando llego por primera vez aquí, a estas desoladas costas. YO me sentía extrañado pero maravillado al mismo tiempo, había algo vibrante en aquel lugar, algo más triste que sombrío, lastima que comenzó a llover y tuvimos que regresar al barco.

24/enero/1947

El tiempo no mejoro mucho en los últimos dos días después de nuestra llegada e incluso pensamos en regresar al puerto de Nayarit de donde habíamos partido hacia unos 4 días, cuando el clima comenzó a mejorar. Un golpe de suerte pensé en ese momento, un profesor de arqueología no siempre tiene 40 hidalgos para lanzarse en un viaje a todo vapor hacia una antigua isla en el pacifico llena de ruinas antiguas y nuevas, el casco de la antigua hacienda se detenía por algún extraño designio, se ladeaba en extraño ángulo hacia el mar, mas allá en el campo raso viejos vestigios de una construcción poco practica y mal hecha, quizá un palenque o algo como un coliseo de perros. Aranda era conocido por su gusto por la sangre, cuando llego a esta isla estaba llena de indígenas muy poco civilizados intento usarlos como criados pero pronto se dio cuenta que no eran mucho mejores que para dianas o sacos de entrenamiento de sus mastines. Pronto la población se mermo y de un día para otro simplemente desapareció junto con la esposa del capitán.

25/enero/1947

El sol jamás sale aquí. Es un tanto extraño que exista una isla con estas características en el medio del pacifico, había miles de islas con un clima mas tropical a no mas de 20 kilómetros de este pedazo de basalto, ¿Por qué Aranda escogería este lugar?, me sorprende, además de la producción de la pequeña mina de plata de la isla no imagino como es que se la arreglaba para mantener este lugar, no me sorprende que se halla deteriorado tan rápido. Sin embargo las ruinas indígenas son fascinantes, están hechas de piedra volcánica con incrustaciones de plata como si hubiesen sido moldeadas y no talladas, si es obra de artistas es un trabajo magnifico, su belleza late en los ojos por si misma.

**

Enero 30.

Cada día las ruinas me fascinan más. Los grabados ígneos de las entradas del templo principal son hermosos, brillan bajo los tenues rayos del sol matinal y languidecen siguiendo el camino del astro. Incluso parece que cambian de tonos, de un rojo intenso en la mañana pasan a un verde rosáceo en el crepúsculo. Creo que la tripulación esta nerviosa; he visto al capitán persignarse mas de una vez mientras creía que no lo veía. Supersticiones tontas de gente de mar, supongo. He ordenado que 10 de los hombres preparen equipaje, provisiones y armas para unas 10 jornadas. Pretendo estar fuera solo una semana pero no quiero quedarme sin comida a mitad de una selva desconocida. Bien conocidos son los relatos de canibalismo desesperado. Por las prisas había olvidado anotarlo, pero desde el desembarco he notado un cierto olor, acre y penetrante que inunda el ambiente a intervalos irregulares. Es casi una presencia palpable y viva que ronda el campamento. Como si husmeara y vigilara a estos desconocidos. Bah! Solo son tonterías. Creo que el sueño me abotarga y mis sentidos se dejan llevar por el imaginario inculto y vulgar de la gentuza que me rodea. Las velas casi se consumen. Debí traer más.

Febrero 2

Hace dos días partimos del campamento y nos internamos en el bosque. Justo ahora acampamos cerca de un rio ruidoso y feroz. La brisa esta llena de vapor y hay una molesta capa de agua sobre nuestros cuerpos que nunca se seca. No puedo escribir mucho o las hojas se consumirán con tanta humedad.

Febrero 6

He encontrado algo muy extraño la tarde de ayer. Mientras avanzábamos por un claro, cerca de algún pantano a juzgar por el olor y las luces fatuas que vimos esa noche, un destello de luz repentino revelo un objeto brillante enterrado en medio del terreno. Nos acercamos con cuidado y era un hermoso brazalete de oro con inscripciones latinas y una serpiente bicéfala a modo de cuerpo. No se que podría estar haciendo algo así en un lugar tan salvaje como este. ¿Parte de los hombres de Aranda? Es la única solución que se me ocurre por ahora.

Al anochecer.

Hay algo aquí. Puedo casi sentirlo. Una presencia enorme y, y…casi diría racional. Algo que nos espía desde la maleza. Y ese maldito olor ha vuelto. Lo siento (no hay mejor palabra para describir lo que me produce) incluso sobre la fetidez de la ciénaga. He pedido un arma al teniente Zuloaga.

Febrero 7

Uno de nuestros hombres se ha ido. Así, solo se fue. Sus pertrechos, y caballos a su cargo se han ido también. Una deserción escuche entre los restantes soldados. Espero que sea así.

Febrero 9

Una figurilla semienterrada bajo las ruinas de lo que parece…un pórtico columnado me ha helado hasta los huesos. Es de una bestia, una atrocidad de las mentes que lo tallaron, con lo que parecen cuernos, al menos diez, y siete cabezas con rostros de diferentes creaturas apócrifas y de fantasía. Pero es el detalle de los rostros, todos feroces y repulsivos, lo que me ha puesto nervioso a la puesta del sol. Hasta ahora el olor de Aranda, como lo han llamado los hombres, sigue sin apestar el ambiente.

Hoy se ven las estrellas, así que lo aprovechare y utilizare mis instrumentos.

Después de medianoche.

¡No puede ser! ¡He sido testigo de algo irracional! Al salir a medir la posición de las constelaciones del Carro y la Mayor para mi estudio fue imposible localizarlos. Simplemente no estaban allí. Escudriñe el cielo estival y solo fantasmagorías se revelaron a mis lentes graduados, trazos irreales y figuras feericas danzaban bajo algún compas inaudible, como si mas allá de los débiles horizontes de nuestras mentes miserables algún enloquecido demonio tocara una flauta de horror. Es demasiado. Mañana mismo regresaremos a la bahía.

Febrero 12

Zuloaga ha muerto. La fiebre lo ataco hace dos días. Lo cremaremos aquí mismo; no podemos darnos el lujo de cargarlo hasta el campamento. Su cuerpo estaba lleno de ámpulas explosivas, de mal olor y un color necrótico. Le he advertido a los hombres que no lo toquen; espero que no sea contagioso.

**

Febrero 14

Un manto de muerte nos ha envuelto. Un día ajetreado por esta extraña viruela. Feliz día de los enamorados, te extraño Sandra. No puedo más que llorar.

Febrero 15

La fiebre se ha mermado por sí sola, no me lo explico. Simplemente se fue… así como apareció y termino con la vida de Zuloaga a desaparecido con la vida del pobre Saúl, el único ingeniero de maquinas; tres años en la guerra y fueron ámpulas y no balas las que acribillaron su cuerpo, el capitán está nervioso, quiere largarse. Pero la guardia costera nos ha ordenado mantenernos en la bahía. Encadenados en la isla de Aranda.

Febrero 16

Todo es una pesadilla, ahora que me encuentro seguro de la locura de la tripulación y de su estúpida e irracional superstición puedo escribir estas palabras. Cerca de donde encontramos el brazalete es el único lugar al que no se atreven a venir por miedo a viejas historias de marinos que ese tipo llamado Armando les ha estado contando; algo de un devorador de estrellas y antiguos señores. Esos son disparates de gente ignorante y poco preparada, sin embargo no puedo explicar ese olor maldito que a aparecido de nuevo y parece venir de ningún lugar. Busque todo el día el pantano sin ningún éxito. Estoy cansado, mañana entrare en las ruinas.

Febrero 17

¡Dos voluntarios! No puedo creerlo, la ignorancia es la única constante en esta enorme roca, las estrellas se han vuelto locas, como la tripulación que se queda más por la cuarentena impuesta por la guardia costera que por voluntad propia. El sol pareciera ir de norte a sur algunas veces, creo que me a afectado el calor; tendré que posponer la expedición. Solo espero que mi pequeño grupo no desaparezca como aquel tipo, estoy arto de deserciones… A veces ciento que esto me sorprende, otras simplemente es racional.

Febrero 20

Fue horrible, solo una bestia invocada de los más profundos avernos podría haber hecho algo así. Los hombres que acampaban cerca de la playa fueron… no encuentro palabras para describirlo, abominable, un calor abrazador burbujeaba en mis entrañas y sentí de pronto la desesperación de la soledad, y la plena sensación ignívoma del odio. Me desentrañaba el hecho de la muerte y mi alma se encogía bajo el yugo de una ignorancia feral. Pronto me di cuenta que al otro lado de la playa el capitán y unos 15 hombres armados con Thompson veían con ojos muy abiertos e igualmente fascinados.

Comienzo a creer que algo no quiere que entre a las ruinas, siempre que comienzo una incursión algún evento desafortunado o sanguinario como el de hoy ocurre. Me sacan totalmente de mis intenciones, el cielo nocturno vuelve a ser incomprensible y de un color azabache, me siento indefenso. Esta noche la pasaremos en el barco.

Febrero 21

Reina el descontento y temo un posible amotinamiento. La guardia costera a amenazado con dispararnos si violamos la cuarentena. Estamos atrapados en este miserable y ahora hediondo lugar, ¡Dios el olor se ha vuelto insoportable! ; Como si fuera poco, se avecina una tormenta.

**

Febrero 24

Hace tres días, la noche de la tormenta, el mar se torno irascible y malvado con los marinos. Eso no es una novedad, el mar es un aliado sempiterno de las tormentas. Pero aquella noche que ahora me parece tan lejana, las olas golpeaban el casco del Priority con tal fuerza que los camastros se derrumbaban, los cañones se desprendían dela cubierta y los hombres eran arrojados en el aire y golpeados una y otra vez antes de ser devorados por el terrible abismo inmisericorde de las aguas. El buque encallo en las playas al norte de la isla. Solo sobrevivimos cuatro.

Febrero 25

El cabo Martínez se suicidó esta mañana. El día esta nublado. Esperamos que aclare para evaluar los daños en popa.

Al atardecer.

Los daños son irreparables. Aun con el material y los hombres necesarios el Priority no volverá a navegar.

Febrero 28

La selva ha devorado a los últimos hombres que quedaban. Parece que lo que acecha desde las sombras se ha empeñado por aislarme, dejarme desvalido y ver mi lenta muerte. Juraría que he escuchado una risa, una risa estentórea, vil, carente de piedad y sin embargo más humana que cualquiera. Su risa.

¿Marzo 10?

Las voces ancestrales vienen por mí, susurran canticos de muerte y tormento, prometen realidades sin desenfreno en el abismo de su olvido, carecen de culpa y son tan eternas como la criatura que cada día habla con más atrevimiento del futuro al que he sido condenado. Mis recuerdos me abandonan y poco a poco la figura de mi amada va perdiendo su aura tranquilizadora y veo el ardor de mi propio sufrimiento en su rostro cuando cierro los ojos. La certeza de mi vida va desvaneciéndose…

¿Marzo 23?

... Es cuestión de días para que mi cuerpo muera. Ya no estoy tan seguro que mi alma siga el mismo camino…

(Paginas desprendidas)

Fecha desconocida

Hoy he visto pruebas de que la ciencia es un vano y aun muy lejano intento por comprender los fenómenos que nos rodean. Desde los tiempos en que el hombre se dio cuenta de su supuesta superioridad creyó que era el punto mas elevado de la creación natural. Se tomo la osadía de creerse capaz de explicar el universo que se creía destinado a gobernar, de caer en la falsa presunción de comprender y asimilar cada aspecto de la maquinaria de la existencia. Hemos sido unos tontos. Él me las ha mostrado…

MH y MA...esperamos y la disfruten.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Ay, de ti Cioran

¡¡¡Y pensar que el interes por la filosofía comienza con el sobrecogimiento ante el abismo de la muerte inexorable y concluye buscando bibliografía!!!